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del V Centenario de La Colegiata de Torrijos.

Su primera obra documentada como tracista es el convento de Nuestra Señora de la Piedad de Guadalajara iniciado en el año 1526, en la que todavía aparecen elementos heredados del pasado pero dentro de un concepto moderno de la arquitectura, muy diferente del que conoció de sus maestros. En él destacan algunos elementos constructivos que van a estar presentes en sus edificios desde entonces como son las molduras llanas o con dentellones, los capiteles corintios o los letreros con epigrafía a la romana, que superan las formas platerescas más tradicionales y plantean una monumentalidad nueva.

Poco después, entre 1526 y 1534, volvemos a tener datos de su labor como arquitecto en Toledo, Guadalajara o Sigüenza. Destaca en esta última localidad la construcción de la conocida como “sacristía de las cabezas” en la catedral, que recupera para la arquitectura hispana el uso de la bóveda de cañón. Su principal característica es la profusa decoración realizada mediante el uso de motivos vegetales y tondos con cabezas, que nuestro arquitecto convirtió en seña de identidad de los inmuebles que creó en estos primeros años. Su origen puede situarse en los detalles conservados en el Mausoleo de Santa Constanza de Roma, que debió conocer a través del cuaderno de dibujos italianos de don Diego Hurtado de Mendoza.

En 1534, a la muerte de su maestro Enrigue Egas, fue nombrado maestro mayor de la catedral de Toledo. Desde entonces centró su labor en la ciudad de Toledo, con obras tan destacadas como la remodelación del monasterio de San Clemente el Real, cuya portada destaca por su triple hornacina y el gran tondo de coronamiento, o la terminación de las obras del Hospital de Santa Cruz, en las que se ocupo de trazar la gran escalera y algunos detalles del patio principal.

En 1537 alcanzó el mayor reconocimiento de su carrera al ser nombrado por Carlos V maestro de obras reales de Madrid, Toledo y Sevilla, junto a Luis de Vega. Fue entonces cuando se ocupó de la remodelación del hoy desaparecido Alcázar de Madrid, que se levantaba en la actual ubicación del Palacio Real.

En pocos años se sucedieron nuevos e importantes encargos, entre ellos destaca la reforma del palacio arzobispal de Toledo, las obras del claustro del monasterio de San Bartolomé de Lupiana en la provincia de Guadalajara, la capilla mayor de la iglesia de San Román y, sobre todo, la construcción del imponente claustro Real o de los Generales, del convento dominico de San Pedro Mártir.

Poco después, en 1541 se hizo cargo de las trazas del Hospital de San Juan Bautista de Toledo, fundado por el cardenal don Juan Pardo de Tavera, que marca el inicio de una nueva etapa en su obra. Es el momento en el que nuestro arquitecto abandona los efectos decorativos aún relacionados con el plateresco y la profusa utilización de motivos más o menos anecdóticos, para mostrar una nueva concepción de la monumentalidad clásica, basada en la pureza de líneas y en la mejor utilización de las proporciones y reglas surgidas de la Antigüedad clásica.

A este momento pertenecen otras obras tan destacadas como son la iglesia de la Concepción Francisca de La Puebla de Montalbán o la Puerta exterior de Bisagra. Su intervención en estos proyectos toledanos muestra la capacidad de Covarrubias como urbanista, al proyectar un amplio espacio urbano entre la puerta y el Hospital Tavera, con la finalidad de generar un nuevo e impactante pórtico de entrada a Toledo, que no se materializó por decisión del todavía príncipe Felipe.

El comienzo de su actuación en el Hospital Tavera marca, como decíamos, una nueva etapa en su obra pero, también, en el desarrollo de la arquitectura española del siglo XVI.

Alonso de Covarrubias murió en Toledo en 1570, convertido en la principal referencia para nuevos arquitectos como Juan de Herrera, que llevó a las últimas consecuencias los modelos y líneas de trabajo utilizados por el maestro torrijeño al final de sus días